“Una vez que te vas, no es posible volver”

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Mónica Gómez Vesga es editora y correctora. Nació en Barranquilla, Colombia, hace 28 años. Pero en Barcelona, donde vive desde hace cinco años, está registrada con un pasaporte venezolano, una nacionalidad que heredó tras una migración familiar que a los diez años la llevó a dejar atrás el que hasta entonces había sido su hogar. Una experiencia migratoria que ha dejado unas cicatrices que aún son muy visibles. “Nunca más me he vuelto a sentir en casa”, asegura. A partir de ese sentimiento fue que Mónica escribió el poema Lejos, con el que ganó en la categoría de poesía del 1er Premio de Escritura Creativa En Palabras [relatos migrantes]. En esta entrevista dialogamos alrededor de sus versos sobre ese sentimiento de desarraigo que le ha invadido desde pequeña, sobre los obstáculos que tienen que sortear los migrantes en España y sobre cómo la escritura ha sido una acompañante para ella en los momentos más duros de su vida.

¿Cómo y cuándo surge tu poema ‘Lejos’? 

Mi primer proceso migratorio fue en 2002, porque mis papás decidieron mudarse a Venezuela desde Colombia. Fue un proceso muy descalabrado y complejo para una niña de diez años. Desde entonces siento que estoy lejos de todo. El concepto de volver siempre me resulta muy conflictivo, porque yo quiero volver, pero ese lugar está vacío. Siento que justamente esa nostalgia y ese pasado es el único lugar al que puedo volver. 

Y decidiste irte más lejos aún de Colombia, a Barcelona…

Desde el 2014 me quería ir a París, lo tenía todo planeado. Pero a mi hermanito le diagnosticaron cáncer. Y… bueno… el viaje se pospuso. Cuando mi hermanito murió en el 2015, yo quería estar lejos de todo el mundo y lo más lejos que pude llegar fue a España. Vine a hacer un máster, pero con la idea de quedarme desde el día uno.

Vivo bien en Barcelona y todo eso, pero nunca más me he vuelto a sentir en casa, nunca más me he vuelto a sentir que pertenezco.

¿Qué crees que ha tenido de diferente esta experiencia de venir a Barcelona respecto a cuando te fuiste a Venezuela?

A los diez años yo no quería migrar. Llegué con una predisposición más positiva a Barcelona y a lo que implicaba adaptarse. A Venezuela me fui regañada y de hecho tomaba pequeñas acciones rebeldes, como no aprenderme el himno o no cambiar mi acento. 

¿Te costó menos la adaptación cuando viniste a Barcelona?

Aquí tenía ya un par de amigos, la ciudad me gustaba y estaba muy emocionada por explorarla. Pero después de cinco años ese velo se cayó y ahorita estoy maltripiando por temas de migración. Como migrante ha sido el año en que más marginada y más ciudadana de segunda me he sentido. Ahorita se me va a vencer el pasaporte venezolano y si no consigo la cita del NIE no voy a tener ni siquiera un documento para identificarme. Vivo bien en Barcelona y todo eso, pero nunca más me he vuelto a sentir en casa, nunca más me he vuelto a sentir que pertenezco. Y siento que volviendo a Colombia tampoco pertenecería. Ya llevo muchísimo tiempo lejos. Ese sentido de pertenencia no creo que lo vaya a encontrar ni en España, por supuesto, ni volviendo a estos dos países que llevo a cuestas porque, para mí, no es posible volver a ellos.

De ahí viene la sensación de desarraigo, ¿no?

Es muy complejo chocar así de frente con lo racista que puede ser España y con lo jodido que te puede poner las cosas como migrante. Es como que me siento estúpida por haberme creído privilegiada todo este tiempo. Y me siento estúpida por haber creído que podía pertenecer a un país que claramente no quiere que pertenezca a nada, pues. 

¿Ha sido hasta este año que te diste cuenta de que estabas lejos?

Este año entendí que estoy lejos y estoy sola. Fue la primera vez en mi vida que me sentí como a la deriva, como en el cuento de Quiroga. Me siento literal flotando en un río y no sé para dónde va la barca y creo que la gente que tiene la posibilidad de volver al país del cual salió tiene por lo menos un ancla. Pero yo no puedo volver a Venezuela. No tengo ningún lado para el qué halar. Solo tengo que intentar echar para adelante. Entonces, como esa falta de seguro me tiene sumida en la peor crisis personal en la que haya estado, ja, ja, ja, cool que haya salido ese poema que ganó. Esa es como la punta del iceberg, todo lo que hay debajo sigue andando, no es un proceso cerrado. 

Es muy complejo chocar así de frente con lo racista que puede ser España… me siento estúpida por haber creído que podía pertenecer a un país que claramente no quiere que pertenezca a nada.

En tu poema se hace mucho referencia al cuerpo: el corazón, las manos, la boca, las heridas… etc. ¿Querías expresar esa sensación de sentirte en carne viva ahorita?

Literal, así me siento. Como que ya no tengo ningún tipo de hype del cual agarrarme. Ya todo se volvió demasiado real. Ahora tengo ganas de mudarme a Berlín y eso me va a poner incluso más lejos. La manera de solucionar mi problema de estar lejos es estar más lejos, creo. Porque no voy a volver, por el momento. Creo que una vez que eres migrante, una vez que te vas, no es posible volver. No hay manera de volver. 

“Ustedes perdieron un país dentro de ustedes”, como dice el epígrafe de Yolanda Pantin que escogiste para tu poema. Te refieres a eso, ¿no?

Yolanda Pantin es una poeta enorme, venezolana. Ese verso en particular siento que resume justamente ese sentimiento de haberme ido de Colombia y luego de Venezuela. Tengo esos países dentro de mí, pero también creo que los perdí cuando me fui. La migración nunca es lineal y nunca es sencilla. Y ese verso me atraviesa como nunca, sobre todo por el caso venezolano, porque el país ahorita está físicamente en un estado deplorable. O sea, la gente que queda en el país, que vivió Venezuela antes del chavismo, está dentro del país, pero también lo perdió. Lo que había y que conocíamos ya no está. Y aunque esa gente no ha pasado por procesos migratorios, tampoco puede volver a los lugares que tiene en la mente, a los lugares donde construyó recuerdos y fue feliz. También es un proceso de desarraigo y de pérdida súper potente y que creo que solamente lo puede entender quienes hayan tenido que salir del país, que no son pocos.

Hay un verso de tu poema que me llamó la atención. Cuando dices «por tanta vida derramada al margen de la poesía». ¿A qué te refieres?

Cuando mi hermano se enfermó de cáncer me sentía tan impotente, porque lo único que podía hacer era escribir y escribir, y nada de eso salva. Realmente, a la hora práctica, un poema no te va a reemplazar la quimioterapia ni te va a asegurar que la persona enferma va a vivir, ni te va a quitar el dolor de que se hubiesen podido salvar más vidas si el país no estuviese tan en la mierda. Entonces, como que esa impotencia todavía me queda. En el caso de Venezuela, en el caso de países con conflictos o problemas económicos, políticos o sociales, la poesía y la literatura son una manera de crear memoria y de también sentar las bases para refundar un país cuando está tan destruido. Creo que la poesía ha servido para todo eso, pero no ha salvado absolutamente a nadie. 

¿No crees que la poesía puede ser terapéutica para quien la escribe?

A mí me gusta verla como una acompañante. Cuando escribo poesía, lo hago con la intención de que cuando alguien lo lea se sienta un poquito menos solo o sola. Porque a mí eso es lo que me gusta encontrar en la poesía. En ese sentido sí creo que la poesía puede salvar, porque si alguien lee un verso tuyo y a lo mejor se siente menos solo puedes evitar que se tire por el quinto piso ese día. Pero aún así no salvó a mi hermanito. Me quedó todo un poemario inédito y que en algún momento se publicará, pero mi hermanito está muerto.

 La poesía y la literatura son una manera de crear memoria y de también sentar las bases para refundar un país cuando está tan destruido.

Y en el caso de tu experiencia migratoria, ¿te ha ayudado la escritura a expresar las emociones que te ha generado?

Sí, totalmente. De hecho, antes escribía muchísimo más. Toda la vida he mantenido blogs. Hace ya como cuatro años que no escribo de manera tan juiciosa, pero en mis peores tiempos siempre ha estado la poesía ahí presente, tanto de producción propia, como de consumir como lectora. Y es lo único que me salva a día de hoy de cualquier situación desagradable. De hecho, escribo con mayor regularidad cuando peor la estoy pasando.

¿Cómo describirías tu relación con la escritura?

A mí me gusta explorar mucho esos sentimientos de tristeza y sufrimiento. Esa siempre ha sido mi aproximación con la escritura. También creo que la estoy pasando un poco mal desde los diez años. Desde esa migración forzada la única época feliz que recuerdo son como tres años de mi vida, como desde los 7 hasta los 10 que me tuve que ir.

Participaste en los talleres del colectivo En Palabras. ¿Qué te aportó esa experiencia?

¡Muchas cosas! Primero, el ejercicio continuo de escribir sobre un tema que me interpela desde hace tanto tiempo y hacerlo con otras personas que han vivido la experiencia en diferentes etapas de la vida. La guía de profesores y escritores también latinoamericanos ha sido fundamental. Me ha llenado de esperanza ese grupo de gente con experiencias similares. Se siente como calorcito. No sé si es España en general, pero Barcelona se siente super fría. Siento que constantemente me están empujando hacia los márgenes. Tener En Palabras ha sido súper regenerador y ha sido un impulso grandísimo para seguir escribiendo. Ahí es donde se refuta de frente mi idea de que la poesía o la literatura no salvan, porque a veces sí.

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