Andrés Guillermo Prieto Martínez nació en Bogotá hace 28 años, pero desde hace un año vive en Barcelona, donde estudia un doctorado en ciudadanía y derechos humanos. Es historiador y durante mucho tiempo recorrió diversos pueblos de Colombia recopilando historias de migraciones forzadas ocurridas durante el conflicto armado del país. Pero un testimonio en concreto le quedó grabado en su memoria durante años, hasta que decidió transformarlo en un relato: El día de la virgen, con el que ganó el 1er Premio de Escritura Creativa En Palabras [Relatos Migrantes] en la categoría de narrativa. “El camino para reflexionar sobre el dolor de los otros indudablemente tiene que ser el arte y la literatura”, asegura Andrés en esta entrevista, en la que conversamos sobre cómo se vive el miedo en América Latina, los confinamientos que ya existían antes del coronavirus y el poder de la memoria para imaginar una vida mejor.
¿Cómo nace la historia de tu relato?
Es una historia que conocí de cerca en Colombia hace dos años, cuando trabajaba como analista de la Fiscalía. Hacía entrevistas para elaborar documentos de contexto sobre distintas situaciones de vulneración de derechos humanos relacionadas con el conflicto armado. Entre las miles de entrevistas que hice me encontré con esta historia que era el reflejo de muchas que había escuchado a lo largo de esos viajes. Y fundamentalmente de ahí nace el relato: de la historia de esta persona que me cuenta la muerte de su madre, la narración con muchos detalles del recuerdo que tenía del día y la hora en que tuvo que abandonar su pueblo de origen por una serie de inconvenientes con grupos armados y su vínculo con esa otra ciudad en Colombia a la que se desplazó, así como todas las transformaciones que eso había implicado en su vida. Entonces decidí plantearme la posibilidad de unir historias: la mía y la de él. Sentía que mi historia de migración también traía incorporada las historias de las migraciones internas que hay en mi país. Mi migración es la de un joven estudiante que ha tenido, evidentemente, los privilegios de una clase media. Pero por mi trabajo y por lo que estudié, también está todo ese tiempo en el que estuve muy conectado con esa realidad más difícil de vivir.
Tu protagonista huye de su pueblo por miedo. ¿Qué fue lo que te hizo migrar a ti?
Estudiar fue mi excusa para obtener un visado y salir de mi país. Pero también mi decisión estuvo marcada por el trabajo en la Fiscalía, porque en un momento de mi vida sentí una presión muy fuerte por las cosas que estaba viendo y escuchando. Sentí la necesidad de salir del país y pensar esa realidad desde fuera, con un respiro, para poder entenderla mejor.
¿Has encontrado aquí en Barcelona esa distancia y perspectiva que buscabas?
Las historias de otras migraciones que he conocido en Barcelona me han permitido entender que en realidad es un problema mucho más grande de lo que parece, que tiene que ver con la manera como está construido el mundo. Para entender el conflicto latinoamericano, tienes que entender Europa. Estando aquí, viviendo los privilegios de vida del primer mundo, entiendes cómo está estructurada esta violencia y que, si se quisiera solucionar, el cambio tendría que empezar por aquí. Y tiene que ver con el narcotráfico, con la industria armamentista, los intereses alrededor de la tierra para generar negocios agroindustriales que en últimas son las mercancías que se consumen en el primer mundo.
Estando aquí, viviendo los privilegios de vida del primer mundo, entiendes cómo está estructurada esta violencia y que, si se quisiera solucionar, el cambio tendría que empezar por aquí
¿Tu experiencia migrante te ayudó a escribir este cuento?
Creo que no hubiera encontrado la receta para hacer el relato si no lo hubiera visto desde aquí. Siempre que te hablan de lo difícil que es estar afuera tú te imaginas una cosa totalmente diferente a lo que realmente significa estar afuera. Tienes que hacer tu propio duelo para entender esa distancia que no puedes cambiar.
Tu relato empieza con una sutil comparación entre la ciudad en la que vive el protagonista y el pueblo del que proviene. ¿Por qué decidiste empezar por ahí?
Quería acercar los dos lugares desde el principio y dejar claro que la experiencia física del cuerpo en uno y en otro lugar es muy distinta y significa cosas muy profundas. Eso es realmente la migración. El primer momento de la migración se revela cuando uno descubre que su cuerpo y su experiencia física es otra, porque el lugar en el que se mueve, las calles en las que se mueve y la experiencia del caminar se transforma.
El escenario de tu relato es el confinamiento, una experiencia que se ha vivido en todos lados. Sin embargo, el narrador insiste en que “aquí no es como allá”. ¿Por qué?
Justo en esos meses aparecía esa idea de que «por primera vez la humanidad experimenta junta el mismo drama». Para mí no es así. Todos podremos estar obligados al encierro para no morirnos por culpa de un virus, pero yo creo que ese miedo en países como el mío o como otros en América Latina pareciera ser la constante. La pandemia en realidad profundizó las desigualdades en todos los lugares del mundo. En Colombia yo creo que hay experiencias que son tan crudas que en realidad el miedo al virus es un miedo mucho menor. Tenemos muchos problemas de salud pública por otros virus, como la malaria. Esa experiencia de tener a la muerte tan cerca ya estaba ahí. Además, el problema del coronavirus en Colombia se enlaza a muchos otros problemas ligados a la violencia, al ejercicio del Estado o de grupos armados. No quiero decir que sea más o menos grave. Simplemente coexiste con muchos otros problemas que aquí en Europa no hay.
¿Cómo se expresa ese miedo constante que se vive en Latinoamérica?
En los recorridos que hice en Colombia entrevistando gente, las personas se manifestaban con el silencio. Como en un duelo constante, como si no sucediera nada o como si ese miedo permanente fuera parte de la vida y por lo tanto no lo mencionan, así como tú no mencionas la ducha que te puedes tomar o lo que desayunaste hoy. ¿Sabes? Se naturaliza esta experiencia en la vida diaria y pareciera que no pasara nada. En este relato quería expresar esa idea, que la gente está consumida en estas realidades y les cuesta expresarlas. Y cuando las expresan es cuando hay una fuerza de transformación impresionante, pero cuesta mucho, porque cuando ya la violencia es muy cruda pareciera que no hay nada que hacer.
El primer momento de la migración se revela cuando uno descubre que su cuerpo y su experiencia física es otra, porque el lugar en el que se mueve, las calles en las que se mueve y la experiencia del caminar se transforma
En tu relato, el protagonista tiene un conflicto importante con su memoria. ¿Por qué crees que es importante recordar incluso aquellos momentos dolorosos?
Lo que creo es que el ejercicio de recordar y hacer memoria aparece como una garantía para la vida desde hace muy poco en Colombia. Para replantearse una vida diferente, sea cual sea el conflicto, primero hay que recordar, decirnos la verdad, mirarnos a los ojos, reconocer lo que estuvo mal hecho y el dolor propio de esa experiencia que nos transformó. Pero siento que la mayoría de la gente a la que le ocurren este tipo de cosas tiene un rechazo a contar las cosas como son, porque es volverse vulnerable de nuevo.
La tradición y la superstición es otro tema central en tu texto. ¿Por qué nos aferramos a estas creencias, incluso cuando pueden llegar a poner en peligro nuestras vidas?
Cuando la persona que me contó la historia en la que me basé para el relato, lo que más me tocó fue esa contradicción tan profunda que supone creer en algo que confías que te va a salvar y que luego se vuelve la razón de la desgracia. Las creencias religiosas también son protagonistas del conflicto en Colombia. A pesar del horror y de la adversidad, la persistencia de la creencia en Dios y en la salvación siguen intactas. La idea de Dios muchas veces es realmente la expresión de la idea de un porvenir y de un camino hacia algo mejor.
¿Por qué elegiste el relato como formato para contar esta historia?
No sé si estará bien o no, pero me parece que es una manera de relatar historias que parecieran no estar a la vista de nadie. O que están siempre de una manera que ya parece como codificada, como si fuera la historia de un atraco o un robo en el metro. Yo me nutrí del trabajo de Alfredo Molano, que fue uno de los grandes cronistas y sociólogos en Colombia. Él lo que hizo fue contar el conflicto desde la mirada de quienes lo sufrieron, no metiéndose en reflexiones teóricas, sino hablando desde la memoria misma. Es un camino que ya está abierto en Colombia y que es necesario seguir haciendo.
En Colombia yo creo que hay experiencias que son tan crudas que en realidad el miedo al virus es un miedo mucho menor
¿Y a ti qué te ha aportado este ejercicio de escritura?
En estos momentos de mi vida reflexiono mucho sobre esto. Porque la escritura siempre estuvo en mis trabajos: tenía que hacer informes de trabajo de campo, de entrevista, en las que esa misma información que está en el relato, estaba ahí. Pero, claro, son informes esquemáticos y yo sentía que entregaba como un texto “deshonesto”, que no tenía la carga emocional que deben tener ese tipo de textos. Y yo lo que quería era contar las cosas desde una visión más honesta y real. Los informes son importantes, porque de ellos parte la creación de políticas públicas. Pero el camino para reflexionar sobre el dolor de los otros indudablemente tiene que ser el arte y la literatura, porque permite introducir todo ese mar de emociones que yo pienso que tienen que tener una fuerza transformadora en la política y que en los informes normalmente suelen quedarse fuera.