Sin principio ni final, sin entrada ni salida. Así es la cinta de Moebius, esa figura semejante a un número ocho acostado que muchas veces se usa para representar el infinito. Para Gustavo González Geraldino, los trámites a los que se tiene que enfrentar una persona migrante para regularizar su situación administrativa se parecen también a esta figura: no puedes tener papeles si no tienes un contrato de trabajo, no puedes tener trabajo si no tienes papeles, así hasta el infinito. A partir de experiencias propias y ajenas, Gustavo ha escrito este relato en el que describe cómo es una hora en la vida de una persona sin papeles en Barcelona. Este texto recibió el segundo premio de la categoría de Narrativa del 1.er Premio de Escritura Creativa En Palabras [relatos migrantes].
Una hora sinpapeles
Por: Gustavo González Geraldino
A eso de las 12:15 del mediodía, al despertar tras una noche de insomnio cada vez más frecuente en estos tiempos de confinamiento, encontró dos mensajes en su móvil. El primero, un mensaje de texto titulado «Santander informa», que decía: Póngase en contacto con su sucursal por una situación irregular en sus posiciones. Ya sabía de qué se trataba y la molestia le acompañó en la lectura del segundo mensaje, uno de Messenger, de remitente desconocido. Una nota larga plagada de faltas de ortografía.
Parecía una declaración de agravios. Hablaba del gobierno corrupto, las generaciones perdidas, el encarecimiento de los alimentos, la irresponsabilidad de los vecinos y muchos otros asuntos sin ahondar en nada. Finalizaba reconociendo un descuido fundamental: Se me olvidaba, soy tu papa y me prestaron este fasebock para saber como estas, como estas? Tomó un bocanada de aire, la retuvo por unos segundos y la expiró con una exhalación profunda y sonora, así como cuando se está en la fila de Mercadona y el de atrás tose. Hacía mucho que no sabía nada de él, desde que partió para Barcelona, dos años ya, no habían vuelto a cruzar palabra.
En tan largo mensaje sintió un vacío, algo no le cuadraba. No respondió inmediatamente, dejó que la sorpresa se calmara y las emociones se enfriaran. Desayunó pensando en qué responder y media hora después, con desconfianza, escribió: Papi ¿tienes miedo? Por quince minutos aguardó, hasta que su interlocutor escribió: Recuerda que naci el 2 de noviembre, el día de los muertos, cuando mi mae iba a visitar la tumba de mi abuela. Que miedo ni que na, concluyó. Quedó claro que era él y quedó claro que tenía miedo.
No tenía papeles por no tener un contrato laboral y nadie le hacía un contrato laboral por estar sin papeles
Ajá! ¿Y quién es la muchacha de Facebook?, le preguntó, intentando retomar la conversación. Pero la lucecita verde de conectado ya no aparecía. Gracias a eso se dio cuenta de que eran las 12:57 y en media hora cerraban el banco. Se enjuagó la boca mientras abotonaba la camisa y se metía en un estrecho jean, todo al mismo tiempo. Cogió sus documentos y en 10 minutos estaba en la puerta 26 de la calle Sants, la sucursal más cercana del Banco Santander. En la oficina vacía, detrás de un cristal recién instalado, un aburrido empleado le atendió. La amabilidad de oficinista duró hasta que se percató de que el NIE recibido por debajo del cristal había expirado el año anterior. Miró con desconfianza la cara de su cliente mientras la comparaba con la foto del documento y con voz afirmativa, casi de regaño, sentenció: «Debe facilitarnos el documento vigente o de lo contrario no se puede hacer nada».
Aspiró nuevamente otra bocanada de aire, le replicó al funcionario que el documento estaba en trámite y que la oficina de extranjería… Por cuarta vez contaba la misma mentira en otra sucursal del banco. No había ningún documento en trámite. Vivía la cinta de Moebius del sinpapeles. No tenía papeles por no tener un contrato laboral y nadie le hacía un contrato laboral por estar sin papeles.
El bancario, con un «Le entiendo.», simuló empatía, pero como libreto leído, repitió la respuesta que habían dado sus colegas las tres ocasiones anteriores: «No puede hacer ningún movimiento ni cancelación de la cuenta si no presenta un documento vigente, tiene una deuda de 112 euros por gestión de cobros y penalizaciones de facturas impagadas. No puedo hacer más nada.», y terminó exculpándose: «Espero que me entienda».
Ante la impotencia, apretó los dientes y empuñó sus manos con la sangre hirviendo. El empleado lanzó la mirada de alerta a su colega, que sutilmente puso su mano sobre el teléfono. Un movimiento disuasorio que funcionó. Sabía que siendo un sinpapeles, llevaría las de perder si la policía se apersonara. Tomó su documento vencido y volvió a su piso. Una llamada interrumpió su andar. Al contestar, una voz robotizada de mujer decía: «Usted ha requerido los servicios del Banco Santander, permítanos conocer su nivel de satisfacc…», presionó con rabia la pantalla para cancelar la llamada.
Sabía que siendo un sinpapeles, llevaría las de perder si la policía se apersonara
Ya en su habitación, reposando el desayuno, la tensión con el empleado del banco y la llamada impertinente, recibió otro mensaje de Facebook: Es tu prima Matilde, ija del difunto Chelo, vive en Bogotá, pero está en la Costa, ahora le toca quedarse con nosotros mientras todo esto pasa. Sin saber ni interesarse de la existencia de esos parientes lejanos, devolvió la pregunta obligatoria:¿Todos están bien por allá?
Gracias a dios sí y los tres puntos que se muestran cuando el otro está escribiendo comenzaron a titilar. Esperó la respuesta que llegó cinco minutos después. Una larga nota como la inicial, pero más directa: Solo una novedad, El Flaco Mendoza, el pelao, no el viejo, se murió en tierras gringas, escribió sin anestesia y prosiguió. En esta ocasión, en lugar de aire pareció inspirar una gélida tristeza que se dispersó por el resto de su cuerpo a medida que leía. El Flaco, su amigo de infancia y primer amor prohibido se había muerto en Nueva York, tenían casi la misma edad y compartían un mismo rumbo en distinto lugar, eran migrantes sinpapeles. Aunque la nota no tenía rastros de sentimientos, pudo percibir el dolor de su padre al escribirla. Sabía que lo quería como a un hijo y que Carmenza, su madre, estaba destrozada y sin la posibilidad de repatriar el cuerpo de su hijo. Era un dolor sin fondo. Sintió angustia y percibió el miedo de su padre.
El Flaco, su amigo de infancia y primer amor prohibido se había muerto en Nueva York, tenían casi la misma edad y compartían un mismo rumbo en distinto lugar, eran migrantes sinpapeles
Rompió a llorar y sus dedos solo pudieron anotar un escueto: Gracias por informarme, padre. La respuesta no se hizo esperar, parecía que ya estaba escrita: De nada ijo, cuídate de esta peste, te queremos devuelta. Hacía más de tres años, desde que se hizo público el amor de su hijo hacía otros hombres, no había vuelto a decirle algo bueno, bello o tierno. Y desde hacía dos años, cuando decidió vivir bajo el nombre de Natalia e irse a Barcelona, su padre cortó toda comunicación.
La lucecita verde de conectado se apagó, ya era la 1:15 y Natalia se preparó para su rutina diaria de recibir y entregar alimentos en el improvisado y necesario banco de alimentos hecho por sus colegas.
Dedicado al Flaco y a la Red de Cuidados Antirracistas de Barcelona