Lo tenía que dejar ir

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Hay decisiones en la vida que no son fáciles de tomar. Cuando Daniela dejó Colombia, no esperaba tener que decidir sobre algo vital estando sola en un país extraño, sin el apoyo de sus cercanos ni el abrazo de su madre diciéndole que todo iría bien. Pero lo hizo, a pesar de la inseguridad y el silencio en los que estaba sumida. Después de algunos años, ya en Barcelona, nace este relato en el que Daniela rememora ese momento, componiendo un llanto extendido por el que brotan muchos de los desamores, añoranzas y desilusiones que tenía guardados y que necesitaba dejar salir para, por fin, sentirse liviana. 

Las ventajas de saber llorar

Por: Daniela González

El de mañana sería un día de esos que se quedan grabados como fuego en el alma. Tenía la cara hundida entre los dedos y las manos empapadas en lágrimas. No sabía dar voz a ese llanto desbordante y, como si fuera un animalito, empezó a emitir un chillido tímido, hmmaaa hmmaaaa, tenía razones. Sus manos huesudas la protegían de la vergüenza de que la vieran llorar. Tenía el hábito desde niña de esconderse en los baños y hacerlo en silencio, aunque esta vez había elegido un banco al lado del río y del puente de metal para desbaratarse. En la residencia estudiantil también podía desahogarse, pero estaba él, y no había cabida para arrepentimientos tardíos.

Escuchó el ladrido de un perro, abrió los dedos, los ojos y lo vio, cruzaba el puente, siguiendo a un mujer con un cochecito de bebé. Debajo de ellos el río fluía tranquilo y grisáceo en esa mañana de sol invernal. Un hombre que estaba leyendo el periódico en una butaca cercana, lo había dejado de lado y miraba hacia ella. ¡Mierda! tenía público. Cerró los ojos y también los espacios entre los dedos para blindarse y volver allí. No aguantaba más. Al otro día lo haría, eso estaba decidido, a las 8:35 am los esperaban en la consulta del ginecólogo para tomar una pastilla. Esperarían a que, según palabras del médico, se fuera sin más contratiempos que unas pequeñas contracciones.

Foto por Anna Nesterova en Unsplash

Con los dientes apretados en tensión, volvió a emular esos sonidos animalescos, que ya iban pareciéndose a algo más humano, hhhmmmaa, hhhmmaaa. Siempre había pensando que aullar así era cosa de débiles. Los hhhmmmmmaaaaa, hhhmmmaaaaa parecían cada vez más verdaderos; hhhmmmmaaa, tenía el pecho hundido y el estómago arrugado; hhhhmmmmaaa, dolía dentro; hhhmmmaaa sola en esa ciudad desconocida pasando por esto sin apoyo; hhhmmmmaaa el desamor, sus padres que no estaban para hacerlos responsables de todo. El haberse ido tan lejos, su familia fracturada desde su infancia, las once horas de avión que la separaban de unos brazos comprensivos, la muerte de su conejo, su eterna falta de adecuación en el mundo, los rechazos, la ausencia de sus padres, la falta de amor. Todo y más salía en hhhhmmmmaaass que tenía contenidos, esperando su  momento.

Siempre había pensando que aullar así era cosa de débiles.

Pardonnez, besoin d’aide? —Escuchó la voz suave de una mujer que le ofrecía ayuda. Se quitó las manos de la cara y enderezó la espalda.

Non, merci —La mujer asintió con una sonrisa pequeña y siguió su camino por el paseo de tierra.

En el río, un pato se dejaba llevar por la corriente, el cielo seguía azul y soleado, el viento helado le quemaba la piel mojada de la cara. Se había repetido la historia de su madre en ella: un hijo no deseado, una decisión para siempre y lo asumía. Inspiró profundo, seguían saliendo lágrimas, exhaló, se limpió las mejillas con la tela suave del vestido. Se miró las manos, esos dedos fibrosos que bien podrían sembrar una planta o escribir una carta de suicidio. Necesitaba valor.

Se había repetido la historia de su madre en ella: un hijo no deseado, una decisión para siempre y lo asumía.

Se levantó y se acercó al río, el pato que había visto estaba lejos, como un punto perdido en la inmensidad de la corriente. Lo tenía que dejar ir, continuar con su propia vida. Giró la mirada hacia el paseo de tierra y despacio se alejó del banco, del puente y del río. Tenía los ojos vidriosos y claros, por primera vez se sentía liviana.

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